“Tenemos que aprender a agradecerle a nuestro cuerpo, en lugar de agredirlo”

Recuerdo aquella vez que saltamos de una avioneta con un paracaídas y un instructor pegados a la espalda. Aguantaste cañón el cambio de presión y no hiciste osos desmayándote, a pesar de que yo estaba aterrada esperando poner los pies en la tierra. Nunca amé tanto el verde del pasto como cuando lo vi de cerca a escasos tres metros y no quedé embarrada en él. Gracias por eso.

O aquella vez en que con 20 años nos dijeron que estaba embarazada. Ignoraste mis pensamientos llenos de miedo e hiciste crecer en mi útero el cuerpo de un bebé sano, que hoy mide 1.70 y al que con amor le digo “mi niño”. Gracias por eso también.

Y todas las veces que hemos tenido un orgasmo, con o sin compañía, ya sabes… gracias.

Qué tal ese medio maratón que terminaste en menos de dos horas, con 6 grados en el ambiente y aunque te morías de frío no te rendiste, no te detuviste hasta que cruzaste la meta, demostrándome lo fuerte que eres.

Es justo agradecerte por todas las cosas valiosas que haces por mí y disculparme por todo el tiempo en el que te odié de muchas formas, desde la idea equivocada que no eras el cuerpo perfecto, porque le di demasiado poder en mi vida a la sentencia de un mundo mal intencionado que me dijo que no lo eras.

Hoy sé no solo de tu perfección, también sé de tu divinidad y de tu esencia cósmica. Porque no eres sólo un cuerpo, eres una extensión del universo, eres el tiempo con tu gato, los minutos de lectura, las tardes de domingo comiendo con tu madre; eres la meditación nocturna, el café de las mañanas, el mensaje para tu hijo deseándole un hermoso día; eres las charlas con tus ángeles y las noches de copas con tus amigos. No eres sólo un cuerpo, eres todo lo que haces para sentirme feliz.

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