El truco es crecer sin hacerte “viejo”.

Nos han hecho creer que cuando llegas a la edad adulta, a la llamada “mediana edad”, lo mejor de nuestra vida ya habrá pasado; peor aún, que no volveremos a vivir nada emocionante. Que la magia de las primeras veces está reservada para la adolescencia y la juventud; como si al llegar a los 50 no hubiera más opción que sentarse y esperar a que las canas salgan y las rodillas crujan.

A los 50, las alacenas están repletas de suplementos alimenticios y multivitamínicos, alimentos sin azúcar, bajos en sodio y grasas; el tocador invadido por productos para “retrasar” el efecto que los años surten en el rostro y en el cuerpo, y entre el ácido hialurónico o el yoga facial, terminas odiando las arrugas que se hacen en tus párpados al sonreír… y dejas de hacerlo.

El mundo actual nos dicta que envejecer jamás será “tendencia”, entonces hacemos todo lo que nos “venden” para mantener un aspecto joven, incluso al grado de poner en riesgo nuestra salud.

Lo que nadie nos enseña, es que la juventud es un tesoro que se puede tener a cualquier edad, ni lo maravillosa que se vuelve una mesa rodeada de amigos cuarentones bebiendo cerveza, o el significado que toman las canciones con las que te enamoraste a los 20 y que son las mismas con las que lloras a los 40. Nadie nos recuerda que solo acumulando vida y experiencia podremos conocer la versión más feliz de nosotros, y entonces sabremos que cada año cumplido, ¡ha valido la pena!

“Adoro la edad que tengo: suficientemente grande para saber lo que es una locura, suficientemente joven para que no me importe y suficientemente experimentada para hacerla sin que nadie se entere”.

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